Quizá por mi sensación de mediocridad o por la curiosidad del título, busqué el libro y empecé a leerlo; su lectura es fascinante; el lenguaje culto que Ingenieros emplea es a veces díficil de comprender y la inclusión frecuente de expresiones latinas podrían -de pronto - desincentivar su lectura, pero vale la pena disfrutar de la descripción que hace de los diversos aspectos de los mediocres [y de los genios y de los virtuosos...]. luego encontré un comentario/reseña en el muro de facebook de Orlando Cervantes, [aquí la reproduzco] junto con algunos comentarios con los que mi opinión coincide; agregaré luego las citas que atraen mi atención en el libro de Ingenieros, que - dicho sea de paso - logra en este texto armonizar el rigor científico y la expresión literaria.
Ingenieros, José. (2024). El hombre mediocre. Editores Mexicanos Unidos. Reimpresión 2024. ISBN 978-968-15-1249-1. China
El hombre mediocre es un libro del sociólogo y médico italo-argentino José Ingenieros, publicado en 1913.
La obra trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: la del hombre mediocre y la del idealista, analizando las características <morales, emocionales, sociales, psicológicas, intelectuales> de cada uno y las formas y papeles que estos tipos de hombres han adoptado en la historia, la sociedad y la cultura.
"No hay hombres iguales" dice Ingenieros; los clasifica en tres tipos: el hombre inferior, el hombre mediocre y el hombre superior; en la magistral descripción comparativa de los tres tipos exalta al idealista.
El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar, de ahí que se vuelva sumiso a toda rutina,a los prejuicios, a la domesticación; y así, se vuelve parte de un rebaño o colectividad cuyas acciones o motivos no cuestiona sino que sigue ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo, carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil, cobarde y escéptico. Los mediocres no son genios, ni héroes, ni santos.
Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por tradición, ignora que las creencias son relativas a quien las cree al tiempo que rechaza a los hombres con ideas totalmente contrarias a las propias.
El hombre inferior es un animal bellaco y costeño. Su ineptitud para la imitación le impide adaptarse al medio social en que vive; su personalidad no se desarrolla hasta el nivel corriente, viviendo por debajo de la moral o la cultura dominante, y en muchos casos, fuera de la legalidad. Esa insuficiente adaptación determina su incapacidad para pensar como los demás y compartir rutinas comunes que los demás, mediante educación imitativa, copian de las personas que los rodean para formarse una personalidad social adaptada.
El idealista es un hombre capaz de usar su imaginación para concebir ideales legitimados por la experiencia y se propone seguir quimeras, ideales de perfección muy altos en los que pone su fe para utilizar el pasado en favor del porvenir, por eso está en continuo proceso de transformación que se ajusta a las variaciones de la realidad. El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social por ser original y único: se perfila como un sujeto individualista que no se somete a dogmas morales ni sociales; por consiguiente, los mediocres se oponen. El idealista es soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso, indisciplinado contra el dogma. Como ser afin a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor, no entre el más y el menos como lo haría el mediocre.
Recupero ahora un par de comentarios de la publicación con los que mi opinión coincide:
- Una gran obra, llena de los contrastes de la complejidad humana; su perspectiva enriquece el concepto de vida.
- El libro de ingenieros es un reflejo fiel del pueblo argentino transformado así por su gobierno populista. [y agregaría yo, del pueblo mexicano y otros latinoamericanos con gobiernos populistas]
- El ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.
- Un ideal es un punto y un momento entre los infinitos posibles que pueblan el espacio y el tiempo.
- Todo ideal representa un nuevo estado de equilibrio entre el pasado y el porvenir.
- Seres desiguales no pueden pensar de igual manera. Siempre habrá evidente contraste entre el servilismo y la dignidad, la torpeza y el genio, la hipocresía y la virtud. La imaginación dará a unos el impulso original hacia lo perfecto, la imitación organizará en otros los hábitos colectivos. Siempre habrá, por fuerza, idealistas y mediocres.
- Todo idealista es un hombre cualitativo: posee un sentido de las diferencias que le permite distinguir entre lo malo que observa y lo mejor que imagina. Los hombres sin ideales son cuantitativos; pueden apreciar el más y el menos, pero nunca distinguen lo mejor de peor. (...) los idealistas aspiran a conjugar en su mente la inspiración y la sabiduría; (...) son forzosamente inquietos, como todo lo que vive, como la vida misma; contra la tendencia apacible de los rutinarios, cuya estabilidad parece inercia de muerte.
- se distinguen dos tipos de idealista, según predomine en ellos el corazón o el cerebro. El idealismo sentimental es romántico: la imaginación no es inhibida por la crítica y los ideales viven de sentimiento. En el idealismo experimental los ritmos afectivos son encarrilados por la experiencia y la crítica coordina la imaginación: los ideales se tornan reflexivos y serenos. Corresponde el uno a la juventud y el otro a la madurez. El primero es adolescente, crece, puja y lucha; el segundo es adulto, se fija, resiste, vence.
CAP. I EL HOMBRE MEDIOCRE.
La falta de personalidad hace [al hombre] incapaz de iniciativa y resistencia. Desfila inadvertido , sin aprender ni enseñar, vegeta en la sociedad que ignora su existencia, cero a la izquierda que nada califica y para nada cuenta. (...) están en todas partes, (...) El hombre que nos rodea a millares, el que prospera y se reproduce en el silencio y la tiniebla, es el mediocre.
Con relación a su medio, tres elementos concurren en el individuo para formar su personalidad: la herencia biológica, la imitación social y la variación individual. La imitación es conservadora y actúa creando hábitos; la variación individual es producto de la invención, es evolutiva y se desarrolla mediante la imaginación. La función capital del hombre mediocre es la paciencia imitativa; la del hombre superior es la imaginación creadora. El mediocre aspira a confundirse en los que le rodean, el original tiende a diferenciarse de ellos.
El hombre mediocre es una sombra proyectada por la sociedad; es por esencia imitativo y está perfectamente adaptado para vivir en rebaño, reflejando las rutinas, prejuicios y dogmatismos reconocidamente útiles para la domesticidad. (...) Su característica es imitar a cuantos le rodean: pensar con cabeza ajena y ser incapaz de formarse ideales propios.
Los hombres mediocres son rutinarios, honestos y mansos; piensan con la cabeza de los demás, comparten la ajena hipocresía moral y ajustan su carácter a las domesticidades convencionales. Son fríos, apáticos, acomodaticios, truecan su honor por una prebenda y echan llave a su dignidad por evitarse un peligro. Cuando se juntan son peligrosos <la fuerza del número suple a la debilidad individual>, por eso, la mediocridad es moralmente peligrosa.
En la lucha de las conveniencias, los dogmatistas y los serviles aguzan sus silogismos para falsear los valores de la conciencia social; viven en la mentira, comen de ella, la siembran, la riegan, la podan, la cosechan.
El mediocre puede ser rutinario, honesto y manso, sin ser decididamente vulgar. La vulgaridad es el renunciamiento al pudor de lo innoble; es opuesta al ingenio y al buen gusto; es el escudo de los hombres mediocres; es incapacidad de pensar y de amar, incomprensión de lo bello, desperdicio de vida. La vulgaridad transforma el amor de la vida en pusilanimidad, la prudencia en cobardía, el orgullo en vanidad y el respeto en servilismo. Lleva a la ostentación, a la avaricia, a la falsedad, a la avidez, a la simulación.
La generosidad del hombre vulgar es dinero dado a usura, su amistad es complacencia servil o adulación provechosa.
Los rutinarios son dóciles a la presión del conjunto, maleables bajo el peso de la opinión pública, viven del juicio ajeno, son toscos <sin creerse por ello desgraciados>. Carecen de buen gusto y de aptitud para adquirirlo, ignoran que el hombre vale por su saber, no saben que el hombre no vive de lo que engulle sino de lo que asimila, la lectura les produce efectos de envenenamiento, son prosaicos, [ Vulgar, trivial o carente de idealidad o elevación. Se refiere a aquello que resulta común, aburrido u ordinario, por estar demasiado relacionado con lo material y lo cotidiano] sus creencias rayan en el fanatismo.
El mediocre intelectual es feliz si reúne estas tres condiciones: Ser tonto, egoísta y tener buena salud. [Sancho Panza es la encarnación perfecta de esa animalidad humana: resume en su persona las mas conspicuas proporciones de tontería, egoísmo y salud].
Los rutinarios son intolerantes, defienden lo anacrónico y lo absurdo, desconfían de su imaginación, reniegan de la verdad si esta demuestra el error de sus prejuicios. No pensar es su única manera de no equivocarse, carecen de opinión, confunden la tolerancia con la cobardía, la discreción con el servilismo, la complacencia con la indignidad, la simulación con el mérito, comulgan en todos los altares, no se corrigen ni se desdicen nunca, no pueden razonar por sí mismos; crecen y mueren como las plantas, ni son curiosos ni observadores; son prudentes, aunque su prudencia es desesperante.
La cultura es fruto de la curiosidad; el ignorante no es curioso, nunca interroga a la naturaleza, su inteligencia es como agua muerta que se puebla de gérmenes nocivos y acaba por descomponerse. En el verdadero hombre mediocre la cabeza es un adorno del cuerpo. Carece de perspicacia, su miopía mental le impide comprender el equilibrio entre la elegancia y la fuerza, la belleza y la sabiduría.
Son modestos por principio. Llaman modestia a la prohibición de reclamar los derechos naturales del genio, la santidad o del heroísmo. Para los tontos nada más fácil que ser modestos: lo son por necesidad irrevocable; los más inflados lo fingen por cálculo, considerando que esa actitud es el complemento necesario de la solemnidad. Se presume que el modesto nunca pretenderá ser original, ni alzará su palabra, ni tendrá opiniones peligrosas, ni desaprobará a los que gobiernan, ni blasfemará de los dogmas sociales.
Adoran el sentido común sin saber de seguro en que consiste; temerosos de pensar, pierden la aptitud para todo juicio; hacen mal por imprevisión, traicionan por descuido, comprometen por distracción, son incapaces de guardar un secreto.
La mediocridad intelectual hace al hombre solemne, modesto, indeciso y obtuso. Cuando no lo envenenan la vanidad y la envidia, diríase que duerme sin soñar.
Los mediocres - lo mismo que los imbéciles - son sencillos ejemplares del rebaño humano, siempre dispuestos a ofrecer su lana a los pastores. Detestan a los que no pueden igualar y, en su imposibilidad de elevarse hasta ellos, deciden rebajarlos. Clavan sus dientes en toda reputación que los humilla.
Los mediocres, más inclinados a la hipocresía que al odio, prefieren la maledicencia sorda a la calumnia violenta; la una audaz, la otra cobarde. El calumniador desafía el castigo, se expone; el malediciente lo esquiva.
Los maldicientes florecen dondequiera, en los clubes, las academias, las familias, las profesiones... Hablan a media voz, con recato, constantes en su afán de taladrar la dicha ajena. El maldiciente, cobarde entre todos los envenenadores, está seguro de la impunidad; por eso es despreciable. No afirma, pero insinúa; miente con espontaneidad, como respira. Dice distraídamente todo el mal de que no está seguro y calla con prudencia todo el bien que sabe. No respeta ni los secretos del hogar.
Sin cobardía no hay meledicencia. Para ser maldiciente es menester temblar ante la idea del castigo posible y cubrirse con las máscaras menos sospechosas.. La maledicencia oral tiene eficacias inmediatas, pavorosas. está en todas partes, agrede en cualquier momento. El mediocre parlante es peor por su moral que por su estilo, maldice por ociosidad o por diversión. Al contar una falta ajena ponen cierto amor propio en ser interesantes, aumentándola, adornándola, pasando insensiblemente de la verdad a la mentira, de la torpeza a la infamia, de la maledicencia a la calumnia.
La eficacia de la difamación arraiga en la complacencia tácita de quienes la escuchan, en la cobardía colectiva de cuantos pueden escucharla sin indignarse.
La vanidad empuja al hombre vulgar a perseguir un empleo en la administración del Estado, indignamente si es necesario, sabe que su sombra lo necesita.
Merecido o no, el éxito es el alcohol que la primera vez embriaga, luego se convierte en necesidad. El éxito inmerecido es un castigo, un filtro que envenena la vanidad y hace infeliz para siempre. Para el hombre acomodaticio, sus éxitos son ilusorios y fugaces, por humillante que haya sido obtenerlos. El éxito merecido es benéfico, exalta la personalidad, la estimula. El éxito es el mejor lubricante del corazón; el fracaso es su más urticante corrosivo.
Los hombres rebajados por la hipocresía tienen la certidumbre íntima aunque inconfesa, de que sus actos son indignos, vergonzosos, nocivos, arrufianados, irredimibles. Por eso es insolvente su moral: implica una simulación.
Los hipócritas esquivan la responsabilidad de sus acciones, son audaces en la traición y tímidos en la lealtad. Conspiran y agreden en la sombra, alaban con reticencias ponzoñosas y difaman con afelpada suavidad, simulan aptitudes y cualidades, es capaz de todos los rencores, desahoga una envidia que no confiesa mintiendo sumisión y amor a los mismos que detesta y carcome.
Sin fe en creencia alguna, el hipócrita profesa la más provechosas, prefiere las religiones que afirman la existencia del purgatorio y ofrecen redimir las culpas por dinero; su religión es una actitud y no un sentimiento. Por eso suele exagerarla: es un fanático.
El hipócrita está constreñido a guardar las apariencias, estigma común a los hipócritas, transforma su vida entera en una mentira metódicamente organizada, vive traicionando con sus palabras.
Así como la pereza es la clave de la rutina y la avidez es móvil del servilismo, la mentira es el prodigioso instrumento de la hipocresía.
La hipocresía tiene matices. Sea cual sea el rango social, en la opulencia o en la miseria, el hipócrita está siempre dispuesto a adular a los poderosos y engañar a los humildes, mintiendo a entreambos.
El que miente es traidor, falta al respeto a todos, siembra la inseguridad y la desconfianza. Hay que temblar cuando sonríen, vienen tanteando la empuñadura de algún estilete oculto bajo su capa. El hipócrita entibia toda amistad con sus dobleces, solo piensa en sí mismo, y esa es su pobreza suprema. No sienten la raza, la patria, la clase, la familia ni la amistad, aunque saben mentirlas para explotarlas mejor.
El hipócrita mide su generosidad por las ventajas que de ella obtiene; antes de dar, investiga si tendrá notoriedad su donativo, saca provecho del hambre ajena.
Una palabra del hipócrita basta para enemistar a dos amigos o para distanciar a dos amantes; con una sospecha falsa puede envenenar una felicidad, destruir una armonía, quebrar una concordancia. Indigno de la confianza ajena, el hipócrita vive desconfiando de todos.
Siendo desleal, el hipócrita es también ingrato; suele tener cómplices, no amigos.
Esta concepción del hombre honesto contrasta con la de Ingenieros. La honestidad - dice Ingenieros - no es virtud, aunque tampoco sea vicio. Entre el vicio, que es un daño, y la virtud, que es una excelencia, fluctúa la honestidad.
El honesto está en un nivel moral superior al vicioso, aunque permanece por debajo de alguien que pratica activamente alguna virtud.
El hombre honesto se limita a respetar los prejuicios, puede practicar acciones cuya indignidad sospecha, toda vez que a ellos se sienta constreñido por la fuerza de los prejuicios. Es enemigo del santo, como el rutinario lo es del genio; a este lo llama "loco" y al otro lo juzga "amoral". Y se explica: los mide con su propia medida, en que ellos no caben. En su diccionario "cordura y moral" son los nombres que él reserva a sus propias cualidades. Para su moral de sombras, el hipócrita es honesto, el virtuoso y el santo, que la exceden, le parecen "amorales".
Hombres hay <de pacotilla> hechos de retazos de catecismos y con sobras de vergüenzas que a menudo se mantienen honestos por conveniencia.
El hombre honesto aguanta el yugo a que le uncen sus cómplices, el hombre virtuoso se eleva sobre ellos.
Admirar al hombre honesto es rebajarse; adorarlo es envilecerse. Stendhal reducía la honestidad a una simple forma de miedo; conviene agregar que no es un miedo al mas en sí mismo, sino a la reprobación de los demás.
Los delincuentes son individuos incapaces de adaptar su conducta a la moralidad media de la sociedad en que viven. Sin innumerables. <todas las formas corrosivas de la degeneración desfilan en ese calidoscopio: parásitos de la escoria social, fronterizos de la infamia, comensales del vicio y la deshonra, tristes que se mueven acicateados por sentimientos anormales. Irreductibles e indomesticables, viven adaptados a una moral aparte, ajenos a las normas de conducta características del hombre mediocre.
Otros hay que son fronterizos del delito a quienes su débil sentido moral les impide conservar intachable su conducta, sin caer por ello en plena delincuencia; son los imbéciles de la honestiad, distintos del idiota moral que rueda a la cárcel. No son delincuentes , pero son incapaces de mantenerse honestos; pobres espíritus de carácter claudicante y voluntad relajada que viven oscilando entre el bien y el mal.
Estos sujetos de moralidad incompleta, larvada, accidental o alternante, representan las etapas de transición entre la honestidad y el delito, la zona de interferencia entre el bien y el mal. Pululan en las cárceles y/o viven como enemigos dentro de la sociedad que los hospeda; son m ediocres desorganizados, son invertidos morales, ineptos para estimar la honestidad y el vicio. Estos inadaptados son moralmente inferiores al hombre mediocre.
Sea cual fuere la orientación de su inferioridad biológica o social, encontramos una pincelada común en todos los hombres que están bajo el nivel de la mediocridad: la ineptitud constante para adaptarse a las condiciones que, en cada colectividad humana, limitan la lucha por la vida. Carecen de la aptitud que permite al hombre mediocre imitar los prejuicios y las hipocresias de la sociedad en que vegeta.







