MI
EXPERIENCIA COMO MAESTRO
Ensayo
breve
¿Cuánta puede ser la experiencia en un año de servicio? ¿Qué se
aprende en la escuela que no se aprende en la escuela? ¿Es la labor del maestro
una tarea fácil? Y muchas más interrogantes cuyas respuestas pueden ser origen
a un extenso ensayo, y desde luego tarea de un escritor competente y
experimentado que no soy yo, así que centraré mis reflexiones en estas tres que
menciono.
La experiencia para los que nos iniciamos en la práctica
educativa parece escasa pues es apenas un año de servicio, y puede que lo sea
pues uno se ocupa en absorber <quizá sea mejor decir que uno acumula> lo
mayor cantidad posible de información <consejos, instrucciones,…> con
pocos espacios para analizar lo que hemos acumulado; según el diccionario la
experiencia es el conocimiento de algo o la habilidad que se adquiere al haber
realizado, sentido o vivido algo una o más veces; bajo ese supuesto bien puede
ser mi experiencia escasa, poco se vive en un año lectivo, poco sí, pero
intenso.
En un año – tu
primer año en tu trabajo que pretendes sea tu sustento – debes conocer y hacer
lo que los demás han hecho durante mucho mas tiempo que tú: el inspector te
pide que seas director en esa escuela alejada del mundo y olvidada de Dios, te
exige la misma calidad y eficiencia que los directores que no tienen grupo, que
conocen de asuntos administrativos y que saben a quién pedirle ayuda; en el
mejor de los casos – el mío – llegas a tu escuela y te entregan un grupo bajo
una larga lista de documentos de seguimiento y control: lista de asistencia,
matricula, planeaciones, boletas, bitácoras, fichas individuales y te dicen que
no te preocupes que es un grupo muy trabajador, tranquilo y que los papás
ayudan bastante… además el maestro que te entrega se pone a tus ordenes y la
frase final… ¡que tengas mucha suerte! Bien saben esos maestros que la suerte
es un evento que ocurre más allá del control de
uno, sin importar tu voluntad, tu intención o el resultado deseado, bien dice
el dicho: La suerte es para los principiantes, el éxito se lo llevan los preparados.
Y allí va uno al torbellino de niños que requieren atenciones pues sus
conocimientos son escasos, sus habilidades reducidas y sus comportamientos no
siempre son los más apropiados, a la llenadera de reportes, informes, formatos,
a la interminable labor de planeación que luego has de adaptar a la situación
del día pues –por razones que desconozco – cada día niños y maestra tenemos
disposición distinta para el trabajo; guardias, honores, reuniones con padres,
consejos técnicos, festividades y eventos sindicales rebasan rápidamente tu
capacidad de análisis y de pronto no sabes si ponerte a llorar o renunciar… <<casi
siempre ocurre lo primero, después de medio litro de lágrimas empiezas a buscar
ayuda>>.
¿Te prepara
para esto la escuela? Pienso que lo intenta, en la escuela discutimos teorías,
inventamos ejemplos; de las teorías poco caso hacemos y los ejemplos son
ideales, ilustran el mejor de los mundos y hasta allí llega el esfuerzo de
nuestros formadores de maestros; en la vida cotidiana encuentras a Hipócrates y
sus personalidades coléricas, sanguíneas o melancólicas, a Piaget y sus etapas
de desarrollo –desfasadas en nuestros alumnos – a Vigostky resucitado por los
grupos de amigos íntimos que a los dos meses ya no se hablan; regresas a
Freinet para intentar el trabajo colaborativo e inútilmente intentas la magia
de organizarte como él lo hacía; forzas tu memoria hasta el límite y ni así
recuerdas la etapa de la escritura en la
que según Gomez-Palacio se encuentran los alumnos a los que no les entiendes ni
media palabra escrita y anhelas la hora en que lleguen los aprendizajes
esperados <<¿viajarán como tú en el autobús o caminaran para llegar a la
escuela?>>. Sin darme apenas cuenta, en mi cara se van reflejando todos
mis fallidos intentos y un gesto desesperado de auxilio se va dibujando
rápidamente hasta que un compañero ensaya conmigo su buena obra y me orienta
para salir de lo que para mí es un laberinto; sin ser consciente de lo que hago
supero apenas los retos que el trabajo docente supone; sé que regresarán de
nuevo el próximo ciclo y espero para entonces estar mejor enterada, entrenada y
preparada.
Ser maestro no
es fácil, no es una profesión en la que te hagas fortuna <si quieres ser rico
busca otra profesión>, el trabajo no termina con la jornada de enseñanza, en
casa debes elaborar materiales didácticos, planear clases y evaluar
producciones de los alumnos; en la escuela debes ser amable con los padres
agresivos y tolerante con los que piden milagros, colaborar “voluntariamente”
con las campañas de vacunación, la entrega de CURP, campañas del IFE y un largo
etcétera; evitar – casi siempre inútilmente – involucrar tus emociones con los
problemas familiares de los alumnos; sientes que das mucho y obtienes poco; es
muy cansado, terminas tu día agotada y agobiada y tu fin de semana llega junto
con buen nivel de afonía; te conviertes en amiga, mamá sustituta, psicóloga,
enfermera, cómplice de travesuras, compañera de juegos; de estos muchos roles
te vienen las satisfacciones: la alegría
de saber que con tu ayuda han superado un reto, ser el centro de los abrazos
matinales de los niños, la fruta en tu
escritorio cuando llegas <<las naranjas, papayas, plátanos y frutas de
temporada en la comunidad han sustituido a la manzana>> el almuerzo
compartido y las expresiones de agradecimiento de los padres durante y al final
del ciclo son la recompensa a desvelos y apuros.
¿Qué si vale la pena ser
maestro? Claro que lo vale.
Meredith
Mireles Hdez.
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