¿QUÉ RASGOS CARACTERIZAN UNA BUENA TRADUCCIÓN LITERARIA?
REFLEXIONES BASADAS EN TRADUCCIONES DE VARGAS
LLOSA AL INGLÉS, AL FRANCÉS Y AL SUECO
Inger Enkvist
El traductologo francocanadiense Jean
Darbelnet menciona tres distintos tipos de error en la traducción, el
contrasentido , el sinsentido y el falso
sentido. Con el primer termino se
entiende que el texto traducido dice algo contradictorio o inconsistente en el
contexto. El sinsentido corresponde a un texto cuya significación es vacía o
demasiado imprecisa; este tipo de error suele aparecer cuando el traductor no
ha entendido bien el texto original. La tercera categoría, el falso sentido, se
caracteriza por el hecho de que la traducción transmite un mensaje tan
comprensible como aceptable en el contexto pero que no corresponde al emitido
por el autor.
En mi material he visto que los falsos
sentidos, por motivos obvios, no los descubre casi nunca el lector informante. Tampoco
sorprende que los sinsentidos no se señalen mas que unas pocas veces aunque se
debe suponer que un lector entrenado en detectar ese tipo de error fácilmente
podría hallar más. Más asombroso resulta el hecho de que ni siquiera los casos
de contrasentido hayan llamado especialmente la atención de los lectores. Se puede
citar como ejemplo la versión en suevo de “Pantaleón
y las visitadoras” un texto plagado de todos los errores de traducción
posibles, entre los que abundan ocurrencias de contrasentido. En realidad esta
traducción diverge tanto del original que más bien se podría hablar de una
versión libre.
En resumen: hasta en una traducción con
múltiples errores de sentido el lector sigue pudiendo captar el contenido; por
otra parte es difícil que reflexione sobre los posibles cambios introducidos en
ella. Una novela es una estructura tan vasta y tan compleja que incluso con la
deformación sufrida por la intervención de un mal traductor, resulta
sorprendentemente intacta. Hay que conocer bien el texto original para poder
apreciar si la versión traducida es menos densa o rica en matices, en fin menos
admirable que aquel.
Reseña de la mesa redonda «Retos
terminológicos de la traducción literaria»
Isabel Hoyos.
Moderadora:
Alicia Martorell, traductora y profesora, ha traducido del francés una treintena de
libros y es premio Stendhal de traducción 1995 por Atlas, de Michel
Serres. Socia de honor de Asetrad.
Participantes:
Gabriel Hormaechea, profesor y traductor de francés. Entre otras obras, ha traducido
los cinco volúmenes deGargantúa y Pantagruel de François Rabelais,
obra por la que ganó el XV Premio de Traducción Ángel Crespo y el VII Premio
Esther Benítez.
Carmen Montes Cano, filóloga y traductora de
sueco. Conocida por sus traducciones de Henning Mankell y Camilla Läckberg, es
premio nacional de traducción 2013 por la novela Kallocaína, de
Karin Boye.
Pilar Ramírez Tello, traductora con un máster en
traducción literaria. Ha traducido del inglés un gran número de novelas,
especialmente de fantasía y ciencia ficción, entre las que se encuentran
algunos éxitos de ventas, como la trilogía Los juegos del hambre,
de Suzanne Collins.
En el Congreso X Aniversario de Asetrad se celebró esta mesa redonda,
cuyo objetivo era comentar y debatir acerca de los problemas terminológicos que
presenta la traducción literaria. Se convocó a tres traductores especializados,
respectivamente, en los clásicos franceses, la fantasía y la ciencia ficción en
inglés y la narrativa sueca. En la mesa se pretendía responder a preguntas como
las siguientes: ¿Se puede especializar un traductor editorial? ¿Presenta la
traducción editorial retos terminológicos distintos, por ejemplo, de los que se
encuentran en la traducción técnica?
Para
comenzar, la moderadora invitó a los participantes a tomar la palabra para un
primer turno en el que comentarían de forma general cómo se plantean el trabajo
terminológico cuando están traduciendo un libro, desde la experiencia de cada
uno de ellos. Gabriel empezó por decir que «él no es especialista en nada, pero
le sale de todo», porque sin ir más lejos en el Gargantúa de
Rabelais ha tenido que consultar términos náuticos, de medicina y hasta de
cetrería. Comentó que uno de los problemas a los que se enfrenta el traductor
literario es que, en literatura, los términos no son unívocos, como sí pueden
serlo en una traducción técnica, y que no siempre existe una precisión o una
equivalencia en el idioma de llegada, por lo que hay que jugar a equilibrar
pérdidas y ganancias, y que por eso la labor terminológica consiste en algo más
que elaborar listas. Mediante varios ejemplos prácticos, ilustró cómo el
trabajo terminológico, además de basarse en la consulta de fuentes
bibliográficas, también tiene un factor humano importante, y es la ayuda de
expertos de los distintos campos. Confiesa tener una bien cuidada red de colegas
y contactos que le ayudan en la labor, pero luego es él quien tiene el
quebradero de cabeza para saber dar el registro justo a los términos. Para él,
una llamada telefónica es tan útil como la consulta de un diccionario
especializado.
A
continuación, Pilar tomó la palabra y explicó que para ella, en cuanto a la
metodología, y sobre todo cuando traduce ciencia ficción o fantasía, es
fundamental leer primero el libro, siempre que el plazo de la editorial lo
permita. Con eso, puede hacerse una idea del estilo, saber por dónde van los
tiros, y comprender términos o situaciones que en un primer momento pueden
parecer totalmente incomprensibles. De esa forma, si en la página 5 sale un
neologismo —o algo que ella a primera vista identifica como un neologismo— no
es infrecuente que unas cuantas páginas más adelante se explique qué es ese
término, e incluso de dónde ha salido, con lo que a la postre se ahorra tiempo.
Otro sistema, cuando la urgencia del plazo impide una lectura previa, consiste
en anotar el término, dejarlo marcado y seguir para decidirlo más adelante.
También se ha dedicado a la traducción técnica y encuentra que esta y la
traducción editorial se parecen bastante en lo que a documentación y
terminología se refiere. En los libros que normalmente traduce es frecuente que
se describan realidades alternativas, y aunque los textos pueden ser
«generalistas», a la vez contienen vocabulario especializado, con un problema
añadido, y es que en muchas ocasiones, existen todo tipo de lugares, objetos y
seres vivos inventados. Así, ante un término que no conoce, por ejemplo, de un
pájaro, primero tiene que averiguar si se trata de un pájaro real o ficticio.
En ese caso, el reto es cómo llegar a la conclusión, por sus propios medios, de
si se trata de lo uno o de lo otro y, en caso de que sea ficticio, reproducir
lo más fielmente posible el proceso creativo que llevó al autor a crear ese
nombre, pero adaptándolo al castellano.
Carmen
comenzó por explicar que ella discrepa respecto a la idea de que los
traductores editoriales son «generalistas». Para ella, los traductores
literarios están especializados en algo: en literatura. Puso énfasis en que un
traductor literario tiene que conocer a los autores clásicos, porque en muchas
ocasiones se encuentra con referencias a ellos que es necesario entender para
dar con el significado o el tono. También discrepó en cuanto a la necesidad de
leer el libro antes de comenzar a traducir, porque opina que de esa forma se
tiene más información que el lector, por lo que el traductor podría también
incluir más información de la pertinente en cada tramo del libro (a lo que
Pilar respondió que el autor, cuando escribió el libro, contaba con esa
información, y que el traductor tiene que ponerse en la perspectiva del autor).
Tras ese inciso, Carmen comentó que en su caso uno de los mayores problemas es
la adaptación semántica en realidades culturales distintas. En cuanto al
sistema, no es posible tener uno solo, porque es el propio libro el que te lo
impone, según la temática y el registro. Para ella, más que en fuentes
bilingües, en su mayoría el mundo del traductor literario discurre en un mundo
monolingüe, y la terminología se consulta a expertos de la lengua meta y
recurriendo a las fuentes: un marino para un tema naval, por ejemplo. Comentó
que la labor de un traductor editorial no tiene descanso, porque siempre está
dándole vueltas a las frases o a los términos difíciles, y las invenciones
pueden suceder en cualquier momento, algo con lo que Gabriel y Pilar estuvieron
de acuerdo. Comentó también que acababa de terminar la traducción de un libro —Kallocaína,
de Karin Boye— ambientado en un futuro distópico, y que le había supuesto un
enorme reto, por poseer un lenguaje propio e inventado para la novela (merece
la pena apuntar que un mes después de esta mesa redonda, y poco antes del
cierre de este número de La Linterna del Traductor, se anunció que
Carmen era galardonada con el Premio Nacional de Traducción precisamente por
ese libro).
Tras
ese primer turno, se plantearon varias preguntas, tanto por parte de la
moderadora, como luego, desde el público. Sin ánimo de ser exhaustiva,
mencionaré algunos de los temas que salieron.
¿Es habitual preguntar al autor? En el caso de Gabriel, es evidente que no, ya que no se trata de
autores vivos, por lo que no tiene ese recurso, y lo suple consultando a
especialistas en la obra del autor en cuestión o a especialistas de otros
ámbitos. En el caso de Pilar, considera que, en el caso de los autores vivos,
para ella es el último recurso, después de investigar y consultar a colegas y
expertos. Como curiosidad, explicó que, en alguna ocasión, al preguntar al
autor qué quiso decir con tal o cual cosa, se había encontrado con que el autor
tampoco tenía una explicación plausible o no se acordaba de qué había querido
decir con aquello. Carmen explicó que precisamente en el último libro del que
hablaba anteriormente, no había sido posible, ya que la autora tampoco vive,
pero que, en cualquier caso, ella considera que una vez que el libro pasa a sus
manos para traducirlo, se convierte en «su» libro, y no en el libro del autor,
por lo que es ella quien toma las decisiones pertinentes, después de haber
investigado y consultado. En resumen, parece que, por distintos motivos, no es
frecuente utilizar el «comodín del autor».
¿Si no se lee el libro antes de traducirlo, es posible hacerse una idea
del estilo en las primeras páginas? Carmen respondió que, cuando un autor es bueno, su estilo trasciende
desde las primeras páginas, y que es posible saber casi al instante si se trata
de una gran obra literaria o no. Para ella, unas cuantas páginas son
suficientes para hacerse a la idea.
¿Se puede vivir de la traducción editorial? Gabriel respondió que él es además profesor
universitario, por lo que no vive de la traducción y se puede permitir ciertos
lujos al elegir el trabajo. A él no le sale rentable traducir, porque los
clásicos no son superventas, y a veces él mismo tiene que proponer las
traducciones, después de haber hecho una labor previa de traducción sin saber
si alguna editorial aceptará o no el libro. Además, él traduce obras en las que
el trabajo es lento, por la propia naturaleza del texto, y comentó que, de
hacer el cálculo entre tiempo y productividad, el resultado de lo ganado por
hora sería irrisorio. Para él, pues, no se puede vivir de la traducción, sino
que es imprescindible tener otra ocupación. Afirmó que la mayoría de los
traductores editoriales no se dedican a ello en exclusiva, pero Pilar y Carmen
discreparon y comentaron que es importante que se empiece a pensar en los
traductores editoriales como profesionales a tiempo completo. Pilar precisó que
sí, que se puede vivir de la traducción editorial, pero a costa de traducir muy
deprisa y de acortar los plazos de entrega para que el encargo salga rentable,
sobre todo, porque son contados los casos de libros que se venden tan bien que
permiten obtener ingresos adicionales por los derechos sobre la traducción. Carmen
declaró taxativamente que se puede vivir de la traducción editorial y que hay
que acabar con la idea de que los traductores literarios son profesionales «a
ratos». Se evitó hablar expresamente de tarifas, si bien en los comentarios se
dejaba traslucir que es una profesión que no está todo lo bien remunerada que
debería, y que hay que trabajar para mejorar los contratos, pero como no era
ese el tema de la mesa redonda, no se incidió en él.
¿Hay diferencia en la metodología, con respecto a la traducción técnica?Pilar comentó que ella ha realizado muchas
traducciones técnicas, y que le parece que en ambas especialidades el trabajo
terminológico es similar, al menos en lo que se refiere a la terminología, solo
que con la diferencia de que en la técnica, aunque puede haber neologismos,
estos se corresponden con algo que existe, mientras que en la editorial, al
menos en su experiencia, a veces los términos no se corresponden con algo real.
Carmen aportó que, a veces, la traducción literaria se convierte en traducción
técnica, y puso el ejemplo de una traducción de un libro de Mankell (Profundidades)
para la que tuvo que buscar terminología sobre submarinos e incluso consultar
con algún marino. Sin embargo, muchas veces, al buscar un término te encuentras
con que se trata de una misma realidad, pero con dos registros, y puso como
ejemplo el caso de un determinado tipo de tornillo que sale en un catálogo y un
tornillo que sale en una novela, porque en el primer caso la traducción tiene
que ser precisa, pero en la segunda tal vez el tipo de tornillo no tenga
importancia, o incluso sea necesario, para adaptarlo a la realidad meta, que la
pieza en cuestión sea una tuerca, y no un tornillo. Alicia apuntó que ahí se
estaba entrando en la cuestión de connotación y denotación. Para Carmen, prima
la precisión, pero no solo hay que traducir palabras, sino también situaciones.
Por lo tanto, hay que ser preciso y adecuarse al contexto, pero al mismo
tiempo, debes crear y despegarte del original.
Ligada
a la anterior, surge la pregunta de si el traductor literario tiene que
saber «un poco de todo» o si puede especializarse. Para Carmen, como
ya comentó anteriormente, ante todo, hay que ser especialistas en literatura y
hay que leer los clásicos, porque eso te ahorra mucho trabajo, al identificar
de inmediato ciertas referencias. Para Pilar, lo principal es conocer bien las
peculiaridades del género que se traduce, y luego no hay más remedio que
documentarse sobre el tema concreto que surja, que puede ser deportes,
medicina, tecnología o cualquier otro. Gabriel comentó que a veces dan más
problemas las filigranas del lenguaje que la propia terminología, y que para
resolver problemas de campos específicos busca la ayuda de especialistas. Puso
el ejemplo de que para la traducción de Gargantúa y Pantagruel tuvo
que utilizar términos, no solo de medicina, sino de medicina antigua, para lo
que tuvo que solicitar la ayuda de un médico que, además, entendiera del tema
en cuestión.
¿Qué ha cambiado en la metodología de trabajo, gracias a las nuevas
tecnologías? ¿Se recurre más a Internet o a los diccionarios de toda la vida? La técnica de Gabriel es, aparte de leer
libros especializados sobre el autor que está traduciendo, hacer llamadas a
colegas o incluso a desconocidos. Cuenta una anécdota en la que tuvo que hablar
con un halconero para encontrar un término de cetrería muy preciso que no podía
sustituirse por otro. Pilar comentó que, aunque todavía se usan diccionarios en
papel, ella cada vez los utiliza menos, y que recurre a Internet, a búsquedas
en diccionarios en línea especializados y a consultas a los colegas,
normalmente por correo electrónico. Carmen es también partidaria de las
llamadas a especialistas. Se comentó el fenómeno de la autorreferencia en
Internet: al utilizar un buscador para encontrar algo relacionado con el texto
que se está traduciendo, en muchas ocasiones se remite al propio texto como
única fuente, lo cual no es de mucha ayuda, evidentemente.
Finalmente,
se cerró el turno de preguntas, no por falta de ellas, sino por falta de
tiempo. Seguramente quedaron muchas cuestiones en el tintero, sobre todo porque
el nivel de los tres participantes y de la moderadora había logrado mantener
intacto el interés de los asistentes durante casi dos horas. En resumen: una
mesa verdaderamente «redonda» que nos dejó con ganas de más.
FIN DEL ARTICULO
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