viernes, 14 de marzo de 2014

¿A QUE LE TEMEN LOS MEXICANOS?

Antropología del PRI


Alguna vez, el dictador Porfirio Díaz (1830-1915) le hizo a Francisco Bulnes una descripción de los mexicanos integrados a su sistema: "Los mexicanos están contentos con comer desordenadamente antojitos, levantarse tarde, ser empleados públicos con padrinos de influencia, asistir a su trabajo sin puntualidad, enfermarse con frecuencia y obtener licencias con goce de sueldo, no faltar a las corridas de toros, divertirse sin cesar, tener la decoración de las instituciones mejor que las instituciones sin decoración, casarse muy jóvenes y tener hijos a pasto, gastar más de lo que ganan y endrogarse con los usureros para hacer posadas y fiestas onomásticas. Los padres de familia que tienen muchos hijos son los más fieles servidores del gobierno, por su miedo a la miseria. A eso es a lo que tienen miedo los mexicanos de las clases directivas: a la miseria, no a la opresión, no al servilismo, no a la tiranía; a la falta de pan, de casa y de vestido, y a la dura necesidad de no comer o sacrificar su pereza." (Enrique Krauze, Biografías del poder I. Porfirio Díaz, pp. 80-81.)
Esta antropología del Porfiriato inspiraba el sistema que superó las guerras civiles, el caos y la violencia del siglo XIX con un paternalismo autoritario. Si eres buen hijo, empleado o socio subordinado, tienes garantizado el pan: no porque te lo ganes industriosamente con tu capacidad, sino porque un buen padre ve por su familia. En cambio, si te rebelas a mi autoridad, te golpearé hasta doblegarte. Tienes libertad para elegir: pan o palo.
Daniel Cosío Villegas, que estudió el Porfiriato y el nuevo sistema que superó las guerras civiles, el caos y la violencia en el siglo XX, señaló las reencarnaciones del antiguo régimen en el nuevo, a pesar de que se presentaba como su polo opuesto, como su negación revolucionaria. Hoy que se revalora a Porfirio Díaz, y que los nuevos científicos en el poder consideran de mal gusto (y con razón) llamarse revolucionarios, algunos pesimistas toman la reencarnación por el lado equivocado. No para criticar el régimen actual, como lo hacía Cosío Villegas, sino para lamentar que no seamos capaces de superarlo, porque responde al carácter nacional: los pueblos tienen los gobiernos que se merecen.
Es lo mismo que han dicho, pero elogiosamente, los panegiristas del PRI. Los narcisismos colectivos, como los individuales, se complacen en señalar qué especiales somos. La singularidad del sistema político mexicano ha servido para legitimar su permanencia, como si fuese una expresión de nuestra forma de ser. ¿Mejorar el sistema? Por supuesto. Está abierto a las ideas, a las iniciativas, a las personalidades, de muy distintas corrientes políticas. Pero cambiarlo, no. Sería desnaturalizarnos. Contra democracia, idiosincrasia. O, mejor dicho: la idiosincrasia es nuestra democracia, que no tiene nada que pedirle a los modelos extranjeros de alternancia en el poder. Han venido sabios del mundo entero para estudiar el sistema político mexicano, y, después de mucho quebrarse la cabeza, han confesado que es un misterio único en el planeta.
Resulta extraño que, después del auge que tuvo la filosofía de lo mexicano y hasta el psicoanálisis del mexicano, no se haya intentado una antropología política del mexicano, aprovechando las observaciones de Porfirio Díaz, Francisco Bulnes, Andrés Molina Enríquez, Daniel Cosío Villegas, Octavio Paz y tantos otros (autores, a veces, de una sola frase genial, como la de César Garizurieta: "Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error"). Resulta extraño que se haya escrito una Antropología de Hollywood, pero no una Antropología del PRI.
Pero, ¿nos hace falta? Sí, desde luego, para observar a la curiosa tribu del sistema: sus métodos, rituales, valores, creencias y costumbres. No, para darnos cuenta de que son variantes del zoón Politikón universal. Muchos pueblos han tenido que vivir bajo la disyuntiva del "pan o palo". El acomodo social ante esa realidad política provoca sentimientos de impotencia que afloran igualmente en la Francia del siglo XVI (Étienne de La Boétie) que en la Rusia del XX (Andrei Sinyavski). En México, también se ha dicho: la corrupción somos todos. Lo cual es ignorar qué difícil y peligroso es ponerse valiente con unos asaltantes, sobre todo cuando son al mismo tiempo las autoridades.
Una sociedad secuestrada por un sistema hábil tiene complicidades objetivas y hasta psicológicas (como en el llamado síndrome de Estocolmo) con sus secuestradores. Pero la situación expresa una realidad política transitoria, no un carácter nacional. Algunos millones de votantes adicionales que impongan la alternancia en el poder pueden cambiar la antropología del PRI.

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