domingo, 22 de junio de 2014

MI EXPERIENCIA COMO MAESTRO "NUEVO"


MI EXPERIENCIA COMO MAESTRO

Ensayo breve

¿Cuánta puede ser la experiencia en un año de servicio? ¿Qué se aprende en la escuela que no se aprende en la escuela? ¿Es la labor del maestro una tarea fácil? Y muchas más interrogantes cuyas respuestas pueden ser origen a un extenso ensayo, y desde luego tarea de un escritor competente y experimentado que no soy yo, así que centraré mis reflexiones en estas tres que menciono.

            La experiencia para los que nos iniciamos en la práctica educativa parece escasa pues es apenas un año de servicio, y puede que lo sea pues uno se ocupa en absorber <quizá sea mejor decir que uno acumula> lo mayor cantidad posible de información <consejos, instrucciones,…> con pocos espacios para analizar lo que hemos acumulado; según el diccionario la experiencia es el conocimiento de algo o la habilidad que se adquiere al haber realizado, sentido o vivido algo una o más veces; bajo ese supuesto bien puede ser mi experiencia escasa, poco se vive en un año lectivo, poco sí, pero intenso.

En un año – tu primer año en tu trabajo que pretendes sea tu sustento – debes conocer y hacer lo que los demás han hecho durante mucho mas tiempo que tú: el inspector te pide que seas director en esa escuela alejada del mundo y olvidada de Dios, te exige la misma calidad y eficiencia que los directores que no tienen grupo, que conocen de asuntos administrativos y que saben a quién pedirle ayuda; en el mejor de los casos – el mío – llegas a tu escuela y te entregan un grupo bajo una larga lista de documentos de seguimiento y control: lista de asistencia, matricula, planeaciones, boletas, bitácoras, fichas individuales y te dicen que no te preocupes que es un grupo muy trabajador, tranquilo y que los papás ayudan bastante… además el maestro que te entrega se pone a tus ordenes y la frase final… ¡que tengas mucha suerte! Bien saben esos maestros que la suerte es un evento que ocurre más allá del control de uno, sin importar tu voluntad, tu intención o el resultado deseado, bien dice el dicho: La suerte es para los principiantes, el éxito se lo llevan los preparados. Y allí va uno al torbellino de niños que requieren atenciones pues sus conocimientos son escasos, sus habilidades reducidas y sus comportamientos no siempre son los más apropiados, a la llenadera de reportes, informes, formatos, a la interminable labor de planeación que luego has de adaptar a la situación del día pues –por razones que desconozco – cada día niños y maestra tenemos disposición distinta para el trabajo; guardias, honores, reuniones con padres, consejos técnicos, festividades y eventos sindicales rebasan rápidamente tu capacidad de análisis y de pronto no sabes si ponerte a llorar o renunciar… <<casi siempre ocurre lo primero, después de medio litro de lágrimas empiezas a buscar ayuda>>.

¿Te prepara para esto la escuela? Pienso que lo intenta, en la escuela discutimos teorías, inventamos ejemplos; de las teorías poco caso hacemos y los ejemplos son ideales, ilustran el mejor de los mundos y hasta allí llega el esfuerzo de nuestros formadores de maestros; en la vida cotidiana encuentras a Hipócrates y sus personalidades coléricas, sanguíneas o melancólicas, a Piaget y sus etapas de desarrollo –desfasadas en nuestros alumnos – a Vigostky resucitado por los grupos de amigos íntimos que a los dos meses ya no se hablan; regresas a Freinet para intentar el trabajo colaborativo e inútilmente intentas la magia de organizarte como él lo hacía; forzas tu memoria hasta el límite y ni así recuerdas la etapa de la escritura  en la que según Gomez-Palacio se encuentran los alumnos a los que no les entiendes ni media palabra escrita y anhelas la hora en que lleguen los aprendizajes esperados <<¿viajarán como tú en el autobús o caminaran para llegar a la escuela?>>. Sin darme apenas cuenta, en mi cara se van reflejando todos mis fallidos intentos y un gesto desesperado de auxilio se va dibujando rápidamente hasta que un compañero ensaya conmigo su buena obra y me orienta para salir de lo que para mí es un laberinto; sin ser consciente de lo que hago supero apenas los retos que el trabajo docente supone; sé que regresarán de nuevo el próximo ciclo y espero para entonces estar mejor enterada, entrenada y preparada.

Ser maestro no es fácil, no es una profesión en la que te hagas fortuna <si quieres ser rico busca otra profesión>, el trabajo no termina con la jornada de enseñanza, en casa debes elaborar materiales didácticos, planear clases y evaluar producciones de los alumnos; en la escuela debes ser amable con los padres agresivos y tolerante con los que piden milagros, colaborar “voluntariamente” con las campañas de vacunación, la entrega de CURP, campañas del IFE y un largo etcétera; evitar – casi siempre inútilmente – involucrar tus emociones con los problemas familiares de los alumnos; sientes que das mucho y obtienes poco; es muy cansado, terminas tu día agotada y agobiada y tu fin de semana llega junto con buen nivel de afonía; te conviertes en amiga, mamá sustituta, psicóloga, enfermera, cómplice de travesuras, compañera de juegos; de estos muchos roles te vienen las satisfacciones:  la alegría de saber que con tu ayuda han superado un reto, ser el centro de los abrazos matinales de los niños,  la fruta en tu escritorio cuando llegas <<las naranjas, papayas, plátanos y frutas de temporada en la comunidad han sustituido a la manzana>> el almuerzo compartido y las expresiones de agradecimiento de los padres durante y al final del ciclo son la recompensa a desvelos y apuros.

¿Qué si vale la pena ser maestro?  Claro que lo vale.


Meredith Mireles Hdez. 

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